Lo que queda de armar muebles

Esta semana, como parte de la semana temática «Bricoplomo», me la he pasado armando muebles en la casa. Supongo que alguien ya lo habrá comentado pero hay varias constantes al comprar muebles para armar que se te van grabando en la cabeza. Estos (después del salto) son para mí los típicos momentos que te quedan después de armar una buena docenita.

  • Las recondenadas llaves «Zeta»:

Parecen una buena idea y cuando se ven por primera vez hasta caen bien en su simple utilidad. Pero después de un centenar de tornillos (hay que aclarar que, en su mayoría, los tornillos de estos muebles son de los que, a fuerza bruta, tienen que abrirse paso por el aglomerado de madera) ya tienes los dedos hinchados y pulsantemente adoloridos. Es ahí cuando decidimos salir a comprar una llave Allen decente y tirar estas basuras y reconocemos el valor intrínseco de un destornillador eléctrico.

  • Las piececitas que sobran:

Se supone que no debería pasar. Los equipos altamente técnicos y especializados que trabajan donde se hacen las partes de estos muebles (en este caso cortesía de, por lo visto, Bosnia-Herzegovina, La República Popular China y Hungría) tienen un control milimétrico que implica que nunca sobrará una pieza después de haber armado un mueble correctamente. Así pues cuando sobran (y siempre sobran), ¿qué pensamos? ¿Qué alguna parte sencilla pero indispensable de nuestro mueble no tiene una pieza vital y en el momento menos pensado se vendrá abajo cual castillo de cartas? ¿Deberíamos agradecer porque cada vez que nos sobra una pieza alguien está cagándose en Ingvar por faltarle partes a su «kit»?

  • Las alineaciones (de piezas y tornillos):

No falla. Tenemos todo el cuidado del mundo y de repente nos damos cuenta de que pasa una de dos cosas:

  1. Hemos alineado mal una pieza. Esa está ahora enganchada a otras veintitrés. Nada cuadra desde hace quince minutos y por fin descubrimos qué es: Habíamos dudado hace cuatro páginas y si, esa barra se tenía que haber atornillado en la segunda y no la tercera marca. No era un efecto de la perspectiva.
  2. El tornillo más vital del conjunto, el que sostiene las partes móviles y que por lo tanto requiere ser el más fijo del mueble para poder aguantar las torsiones ha entrado de lado. No nos damos cuenta y dos vueltas después tenemos una montañita de aserrín por un lado, un tornillo a 45º de lo que debería estar y nuestra cabeza dando vueltas pensando de que podemos rellenar el agujero (pegamento con arena no sirve, comprobado) para intentarlo de nuevo, con MUCHO más cuidado.
  • Las malditas cajas:

Es una de las mas repetidas ventajas de Ikea: «Usamos cajas planas para facilitarte el transporte y darte mejores precios«.

Pues sí, muy bien y muy bonito. Pero luego esas cajas hay que tirarlas. Imposibles de recoger fácilmente, un desastre de doblar adecuadamente y una fuente inagotable de cortes en las manos, brazos y piernas. Cuando los vecinos escuchan el hueco pero estentóreo golpear de cartón en el ascensor ya saben que «los mexicanitos» han comprado más muebles.

  • Las «Posturitas»:

En las tiendas de Ikea tienen una pequeña agenda telefónica disponible pegada a la pared. Tiene números de sitios de taxis, transportes, decoradores y herramientas para el ciudadano que considera que armar muebles no debería requerir conocimientos ni esfuerzos. Algo que les falta es el teléfono de un buen masajista y un aún mejor ortopedista para poder ayudar con el inevitable ataque de ciática, dolor de rodilla y cadera que sobrevienen después de una intensa tarde armando muebles tirado en el suelo, contorsionándote para alcanzar ese último tornillo 112996 o utilizando cuchillos e imanes en una hendidura para tratar de separar ese clavito que se te fue de lado.

Tengo una relación amor-odio con estos.
  • Los tornillos 112996 y sus hermanos los 110630 y 112399:

Estos dos son un par especial. Están en todos los muebles y tienen la pinta de ser el resultado de un grupo de investigación pensando «Cómo podemos rediseñar la tuerca y el tornillo de toda la vida para que hasta el mayor imbécil pueda manejarlos y aún así se sienta idiota al hacerlo«.

Como tal no es que tengan nada de malo. Son funcionales. Pero su pinta de tornillo mutante y tuerca del infierno con púas pueden tirarle los ánimos hasta al mas emocionado bricolero primerizo. Un tornillo que no lo es del todo. Una tuerca que no va en la parte con rosca del tornillo y que sólo da un cuarto de vuelta. Y que al apretarlo todo el mueble visiblemente se aprieta (¡cuidado con los dedos!) y cruje. Un mal necesario.

Este pedazo de imbécil me insulta indirectamente cada vez que sale.
  • El imbécil despistado del principio:

No falla. Todo instructivo de Ikea tiene a ente ectomorfo remedo de persona que, manual en mano y con las piezas enfrente, es incapaz de saber que hacer.

A lo mejor es ya quejarme de cualquier cosa, pero este señordón, con su cabeza calva sin frente y su boca fracturada; con sus garras en vez de manos y ojos pequeños de psicópata; con sus pies rectangulares y enfrente de algo que consta de solo dos piezas que aún así le desconciertan, sosteniendo el que debe ser el instructivo más simple que hay (¿!un tríptico!? !Para armar una estantería yo tengo uno de 8 páginas!) me parece una falta de respeto por implicación y asociación al que tiene que seguir ese manual y que desde el principio, cual libro «for dummies», le estás asociando con algo que anatómicamente está apenas por encima de un Barbapapá. Sería capaz de iniciar un boicot solo para hacerlo desaparecer.

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